En el mundo queda muy poco lugar para la discusión sobre si el cambio climático es una realidad, dado que las políticas globales que abordan este tema se enfocan en la mitigación y la adaptación. Cuando hablamos de mitigación nos referimos a un conjunto de medidas para la reducción de Gases de Efecto Invernadero (GEI), mientras que el término adaptación comprende las estrategias para limitar los riesgos derivados del cambio climático.

Durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2021 (COP 26) realizada en la ciudad escocesa de Glasgow, se plantearon metas y estrategias para impedir que el calentamiento del planeta sobrepase un aumento de 1,5°C respecto a la temperatura media del siglo XIX, es decir “niveles pre industriales”. Para cumplir con esta meta se deberían disminuir las emisiones de CO2 en un 45% para el año 2030 y alcanzar el cero neto al año 2050.

En línea con la necesidad de reducir las emisiones, la Agencia Internacional de Energía (AIE) publicó a mediados del año 2021 el informe “Cero Neto al 2050, una hoja de ruta para el sector global energético”, el cual supone un esfuerzo inmenso por parte de todos los actores involucrados: el sector privado, público y la sociedad en general.

Esta hoja de ruta está resumida en la siguiente figura, en donde se puede observar que el sector de generación de energía eléctrica es el que más debe reducir sus emisiones.

En búsqueda de alcanzar el objetivo de cero neto se debe diversificar la matriz energética, y es allí donde la energía nuclear cumplirá un rol preponderante. Tal es así que en el año 2021 el Parlamento de la Unión Europea aceptó que las inversiones en plantas nucleares y en centrales de gas para generar electricidad sean definidas como sostenibles. Esta categoría las posiciona en un lugar ventajoso al momento de buscar financiamiento para su construcción, porque se las considera necesarias en la transición energética. Esto no es menor porque la discusión actual es quién financiará la transición en cada país y cómo lo hará.