Sentido homenaje a Alfredo Cirilo por parte de INTA Pergamino
Compañeros y compañeras de trabajo del investigador recordaron su partida en el marco de las actividades por el día del INTA, con una semblanza sobre su vida en la institución.
El 4 de diciembre es un día de celebración para el INTA, en que nos reunimos para saludarnos y brindar vislumbrando el nuevo año que se avecina. Es también la oportunidad de reflexionar sobre el año que pasó, las metas alcanzadas y las dificultades que debimos enfrentar. Esta época del año es, siempre, de balance, que podrá ser más o menos favorable para cada miembro de esta Estación Experimental, habrá algo que nos unirá: la pérdida irremediable de un compañero, colega y amigo, el querido Alfredo Cirilo.
Alfredo dedicó toda su vida profesional al INTA, en el que ingresó en 1983 como becario, recién recibido con medalla de Honor por la Facultad de Agronomía de la UBA. Lo hizo de la mano del Ing. Agr. Carlos Senigagliesi, con lugar de trabajo en la Agencia de Extensión Rural de Nueve de Julio. Allí tuvieron lugar sus primeros pasos en investigación, hasta que decidió formalizar su carrera como investigador, iniciando en 1989 una maestría en Producción Vegetal en la Unidad Integrada Balcarce. Hacía allí partió, a orientar sus búsquedas e inquietudes bajo la dirección de Fernando Andrade, con quien también completaría su formación realizando el doctorado. Lo concluyo en 1995 y retornó a Pergamino, ciudad en la que se radicó de manera permanente con su familia para dar forma a su crecimiento profesional, pero también social.
Enfrentó, entonces, las dificultades de todo aquél que inicia una carrera ya sin directores, con muchas ideas y pocos recursos para desarrollar un área que no existía en la Estación Experimental hasta su llegada: la de Ecofisiología Vegetal. Contaba sólo con un ayudante, nuestro querido El Viejo Arias y una camioneta con incontables kilómetros que frecuentemente demandó de sus destrezas como mecánico. Supo sortear las dificultades estableciendo convenios con empresas y uniendo esfuerzos con colegas de la Facultad de Agronomía de la UBA para acceder a financiamiento extrapresupuestario. Así comenzó su sociedad científica con María Otegui, con quien compartió la dirección de numerosos proyectos de investigación que incluyeron la formación de también numerosos estudiantes de grado y postgrado hasta su retiro. De esos primeros días podemos recordar la dirección de la pasantía de Gustavo Ferraris, la maestría de Sergio Luque y el doctorado de Gustavo Maddonni. También, claro está, la incorporación de quien fuera su compañero incondicional, mano derecha y objeto de bromas futbolística, su querido Luisito, el Chaqueño.
Su profusa y vasta labor en el Grupo de Manejo de cultivos del Área de Producción Vegetal, Mejoramiento Genético y Gestión Ambiental de nuestra Estación Experimental no se limitó a sus propios intereses en investigación. Alfredo fue pionero en desarrollar proyectos con protocolos comunes que reunían esfuerzos de investigadores en distintas unidades del país. Con la conformación del Área Estratégica de Ecofisiología Vegetal de INTA en la estructura que se propuso en 2005, aceptó la convocatoria como Coordinador de un Proyecto de Red que le realizara Fernando Andrade, director del Área. Era el momento de asistir al desarrollo de las regiones extra Pampeanas, apoyándose en la fortaleza que representaba la reinserción en muchas estaciones de una gran cantidad de jóvenes que recientemente habían obtenido sus postgrados, muchos bajo la dirección de Alfredo o Fernando. El liderazgo indiscutido de ambos dio rápidamente frutos, proliferando la cantidad de proyectos de alta calidad en temas que no se limitaban a los tradicionales cultivos extensivos y permitían la formación de postgrado de nuevos profesionales. Con el retiro de Fernando en 2014 y tras el correspondiente concurso, Alfredo tomó la posta como Coordinador del Área Estratégica ahora denominada Programa Nacional de Ecofisiología y Agroecosistemas. Conformó un equipo de trabajo con investigadores de las más variadas disciplinas, desde la ecofisiología hacía los sistemas productivos, la intensificación sostenible, la agroecología, la economía y la sociología. Los segundos viernes de cada mes, hasta su reciente jubilación, hizo gala de su don de diálogo y tolerancia en la búsqueda de consensos. Alfredo tenía ese don de la discusión constructiva, nunca altisonante y muchos menos confrontativa para imponer su opinión. Sabía escuchar y persuadir.
El cierre de su fructífera carrera en 2023 se galardonó con dos logros más. El primero fue la reedición, en versión ampliada y enriquecida por un gran número de colegas, varios formados por Alfredo, del libro Ecofisiología del Cultivo de maíz de 1996. La nueva versión, financiada por Maizar, pasó a denominarse Ecofisiología y Manejo del Cultivo de maíz. Su versión digital gratuita, ya superó las 11000 descargas. El segundo fue el merecidísimo reconocimiento de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, que lo distinguió con el otorgamiento del premio Bolsa de Cereales a una carrera construida en la ética y honestidad profesional, valores sostenidos en una calidad humana singular.
Alfredo tenía infinidad de señas particulares que no olvidaremos. Entre ellas su humor picaresco, su Coca Cola sabor original, su fanatismo por boquita, su impulso acumulador de chucherías y recuerdos, sus precintos para atar la llantas de las ruedas de la corsita, su bolsita blanca con la remachadora para arreglar las sillas del galpón, los cientos de papelitos con anotaciones y teléfonos enganchados en el tergopol y el volante de la corsita, y la colección de impresoras de dudoso funcionamiento al costado de su escritorio. Su devoción por los dulces lo impulsaban a incentivar a las becarias del grupo a mostrar sus dotes culinarios. Así surgieron los biscotti de Luciana, las pepas de Yésica, el flan de Nicole y el chipá guazú de Selva. La tarta de frutilla era su elixir. Alfredo disfrutaba de los almuerzos en el galpón y de las mesas largas con muchos invitados. Extrañaremos sus detalladas historias de sobremesa en las que rememoraba sus andanzas.
Sólo resta decir que Alfredo fue un inmenso profesional y una enorme persona que priorizó siempre el diálogo para mejorar los espacios en que participó. Lo tendremos presente en nuestro corazón y recordaremos sus anécdotas en los almuerzos de los viernes, a los que asistió con su incondicional humor hasta el último aliento. Adiós querido amigo...
Tus colegas, compañeros y compañeras de trabajo.